lunes, 17 de agosto de 2009

Peregrinos de la crisis

En 1962 el escritor Álvaro Cunqueiro se lanzó al camino de Santiago en un Seat 600 para escribir unas crónicas. En O Cebreiro, la mítica entrada de la ruta en Galicia, le dijeron que hacía dos años que no pasaba un peregrino. Estos días llegan a Santiago 1.500 por jornada, casi un tercio más de lo que esperaba el arzobispado. Entre enero y julio, 74.000 personas recorrieron los por lo menos 100 kilómetros a pie, o 200 en bicicleta, exigidos para acreditar la peregrinación. Es un 14% más que en 2008, lo que convierte el camino en uno de los pocos sino el único gran subsector turístico español que crece en plena recesión.

Felipe y otros tres ciclistas canarios constituyen un ejemplo de peregrinación low cost. Gastaron 30 euros al día por cabeza. Contando los 150 euros del vuelo a Madrid, el autobús a León y la estancia en Santiago, tenían un presupuesto de 500 euros para una inolvidable semana de aventura.

"Vimos paisajes únicos y mujeres bonitas, italianas y francesas", explica Felipe, quien se esfuerza en aclarar que "de religión, nada de nada". Pero junto al mismo banco en el que el ciclista canario descansaba el viernes, hubo días antes una misa improvisada de italianos, mientras unos españoles les llamaban "pesados" y contaban que llevaban varias etapas escapando de ellos.

Hay grupos que entran en las iglesias a rezar y cantar. "En verano predomina el turista, pero sigue habiendo peregrinos. Se les ve a leguas. Los andaluces son muy religiosos, los catalanes menos", comenta un sabio del Camino, José Antonio López, sacristán de Santa Mariña de Sarria.

"Vivimos una crisis de valores, que lleva al peregrino a buscar respuestas en el Camino", proclama Genaro Cebrián, encargado de las peregrinaciones en el arzobispado de Santiago. Dice que la recesión origina necesidades espirituales. Pero los continuos llamamientos del arzobispo Julián Barrio para preservar "la religiosidad del Camino" revelan que la Iglesia es consciente de la paganización que supone la avalancha turística. "Todo lo que se masifica se degrada", resume Cebrián.

El símbolo de la masificación está en Barbadelo, una aldea de pocas casas de Sarria(Lugo), en el punto en el que más peregrinos inician el Camino, porque se halla justo en el límite de los 100 kilómetros a Santiago. Un cartel anuncia un "área de descanso" en un establo equipado con bancos, mesas y expendedores de bebidas. De fondo suena música folk gallega. Destaca una máquina que vende las conchas y calabazas del peregrino, impermeables, gorros de cuatro tallas, latas de atún, tarjetas de memoria para cámaras digitales, pilas, cámaras desechables.... En una esquina, asegurado con una cadena, está el sello para que los peregrinos acrediten que pasaron por allí.

"Esto es lo que está matando el Camino, el negocio turístico", lamenta un joven de Toledo. Va muy ligero, porque él mismo se beneficia de esa industria, pues contrató el servicio que dan los taxistas de los pueblos para transportar las mochilas hasta el fin de la etapa por tres euros. Todo un alivio para el machacado cuerpo del senderista.

"Aquí está todo inventado. Dicen que es turismo cutre, pero es un negocio muy rentable, aunque ahora los peregrinos gasten menos", afirma José Antonio Limeses, dueño de un hostal de Sarria y de la máquina diabólica de Barbadelo. Inicialmente le puso condones, pero no se vendían. No era el sitio, aunque el sexo está muy presente en el Camino. El francés Etienne Liebig publicó en el 2007 una novela erótica titulada Cómo ligarse a una católica en el Camino. "Hay también un libro alemán sobre el sexo en el Camino", señala José María Díaz, dueño de una surtida tienda para peregrinos de Sarria. Tiene un aparador espectacular, de libros y guías sobre el Camino en todos los idiomas que encuentra. Ahora ya vende en español el superventas alemán del cómico televisivo Hape Kerkeling, que hizo que se duplicasen los peregrinos germanos, hasta convertirse en el segundo grupo, sólo detrás de España y por delante de Italia y Francia. José María busca el libro de una periodista coreana, que tuvo un efecto multiplicador, como también sucedió con un DVD húngaro o un documental inglés.

Los extranjeros ya son mayoría en el Camino, pero en agosto vuelven a predominar los españoles y abundan los italianos. La ruta está rejuvenecida y a rebosar. Los peregrinos luchan por las camas de los albergues. "Hay una competitividad muy negativa", se queja un decepcionado Agustín, un carpintero donostiarra, que buscaba paz y espiritualidad.

Pero incluso con la masificación, el Camino mantiene su gran función en la sociedad actual, la de contrapunto a la estresante sociedad urbana. "Es una pausa en nuestra vida de locos", concluyen Renata y Antonio, brasileños de São Paulo. El viernes en Triacastela casi se quedan sin alojamiento. Y es que el desborde de estos días obliga a los ayuntamientos a habilitar los polideportivos como dormitorios masivos.

En ellos la entrada es gratis, frente a los tres euros de los albergues públicos y los seis o siete de los privados. En los pabellones acaban los peregrinos que cuando llegan a los pueblos ya no tienen alojamiento, lo que puede suceder incluso al mediodía, porque en la carrera del peregrino se madruga mucho. Pero también van allí los que vagan por la ruta de gorra, sin nada. "Hace unos días llegaron unos jóvenes que querían pedirle al cura una bolsa de macarrones", cuenta Elena, que atiende a los peregrinos en Triacastela. Augusto, el párroco, les dio comida. Son célebres sus misas, en las que anima a los peregrinos a participar en sus lenguas, aunque no permite que lo hagan ni en gallego ni en catalán, pues "ya tienen el español".

Augusto también hace de enfermero para los peregrinos destruidos tras la temible bajada de O Cebreiro. El esfuerzo hace estragos y algunos no resisten a la tentación de hacer trampa, como unos peregrinos de Alicante que el jueves tomaron un taxi en Triacastela para completar los diez kilómetros que les faltaban hasta Samos. Estos días el autobús va lleno y abundan los coches de apoyo, no sólo para ciclistas, sino también para senderistas.

Sobre la tierra y el asfalto todos los peregrinos son iguales, tanto la joven de Lleida que camina para pensar, como el soriano que confiesa no saber por qué lo hace o el italiano que quiere aventuras. Los presupuestos oscilan desde el mínimo de 20 euros al día hasta las grandes cantidades que mueven peregrinos adinerados como uno que compró en Sarria antigüedades por varios miles de euros. Una pareja que vaya de pensiones u hostales y coma en restaurantes puede gastar unos 80 euros diarios.

"¡Aquí todo fluye!", decía el viernes por el móvil en Portomarín un extasiado peregrino. En el Camino todo fluye a rebosar.

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