El escritor y periodista Tomás Álvarez es uno de los especialistas españoles en el Camino de Santiago, sobre el que ha escrito dos libros: “El Camino de Santiago para paganos y escépticos” y “La Vía de la Plata”.
Para Álvarez, “el Camino de Santiago es una inmensa creación que se ha seguido autoalimentando a lo largo de los siglos… Lo de menos es dónde están los restos del Apóstol, lo importante es que Occidente ha realizado una fabulosa creación que ha movido a los hombres, ha incentivado el arte...”.
En el Codice Calixtino o la Legenda Aurea se da fe del traslado de los restos del Apóstol a tierras del confín continental Finis Terrae (Finisterre). Tras su decapitación por Herodes Agripa, en el año 44, el cadáver del Apóstol fue robado por los discípulos Anastasio y Teodoro y de nuevo llevado en barco a tierras españolas donde había evangelizado, en concreto a Iria Flavia, cerca del actual Padrón. La leyenda habla de que el cuerpo de Santiago fue trasladado por dos de sus jóvenes discípulos y conducido a esta parte de Hispania en una barca guiada por ángeles.
La aventura
El viaje del cadáver de Santiago se convierte en una azarosa aventura. Cuando consiguieron desembarcar, los discípulos tuvieron que luchar contra dragones y monstruos para imponerse a la reina Lupa, gobernanta de aquellas tierras, y cristianizarla.
Y, tras una serie de milagros, el Apóstol fue finalmente sepultado en el monte de Liberum Donum, en un lugar denominado Arca Marmárica. Estos hechos y otros sobre la predicación de Santiago en España, se narran en el breviario de los Apóstoles, de finales del siglo VI.
El sepulcro permaneció en el anonimato hasta que, en el siglo IX, el obispo Teodomiro descubrió la tumba al ser alertado de los fenómenos asombrosos que allí se producían.
Ya en 1993 la UNESCO destacó la importancia y la trascendencia del Camino de Santiago al declararlo Patrimonio Cultural de la Humanidad y, dos años después, el Consejo de Europa otorgó le la distinción de Primer Itinerario Cultural Europeo al Camino.
El canto del gallo
El rey Alfonso II el Casto, una vez informado del hallazgo de los restos de Santiago, ordenó construir una iglesia, hoy Catedral, sobre el sepulcro del Apóstol, que pronto se convirtió en el principal foco de peregrinación de Occidente. En el año 951, el obispo francés de Puy, Goldesac, visitó la tumba. Era el comienzo de las peregrinaciones.
A partir de entonces, miles de peregrinos fueron trazando distintas rutas hacia Santiago: la marítima, que traía a los viajeros del norte de Europa hasta los puertos gallegos; la de la Plata, que procedente de Sevilla atravesaba Extremadura hasta llegar a Astorga y se adentraba después en Galicia.
La ruta del Duero, en la que confluían los peregrinos procedentes de Zamora y Salamanca con los llegados de Portugal, por los caminos de Coimbra y Oporto; la costera cantábrica, la preferida por aquellos que de camino a Santiago deseaban parar en Oviedo para venerar las reliquias de la Cámara Santa.
Y la más famosa y transitada de todas, el llamado Camino Francés o Camino de Santiago, por el que llegaba la mayor parte de los viajeros europeos. Los seguidores de esta senda penetraban en España por Roncesvalles o Somport, dos ramales que pasando por Pamplona y Jaca, respectivamente, confluían en la localidad navarra de Puente la Reina, para desde allí seguir por Estella, Logroño, Burgos, Fromista, Sahagún, León, Astorga, Ponferrada, Villafranca del Bierzo y Puerto Marín, hasta entrar en Santiago por la Puerta do Camiño.
“Los peregrinos podían avanzar por mil trayectos, pero hubo un monje francés, Americ Picaud, que escribió el Códice Calixtino, en el que fijó una ruta y una mitología del camino: itinerario, reliquias, milagros, consejos… Y a partir de ahí, hay un creciente mito que hemos alimentado muchos, desde autores medievales hasta el propio Paulo Coelho, por citar un escritor de otro continente”, dice Álvarez.
Las importantes inversiones realizadas en el Camino, a partir de la década de los 80 del pasado siglo, fomentaron otro tipo de turismo, que tuvo respuesta favorable.
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