
Dicen que todos los caminos llevan a Roma. Y a Santiago. Existen varias opciones, como el itinerario francés o la Vía de la Plata, sendas que se abren paso hasta la tumba del apóstol. También el norte tiene su ruta. A orillas del Cantábrico discurren los 100 kilómetros de la ruta jacobea en Vizcaya, un circuito repartido en seis etapas. El territorio cuenta con once albergues. Los ayuntamientos prestan locales acondicionados con el material básico para el descanso y el aseo. Algunos los gestionan empresas privadas y los peregrinos tienen que pagar una cuota por pasar la noche junto a clientes de todo tipo. Recientemente, se ha inaugurado en Bilbao un establecimiento que no recibe ayuda municipal.
En cuanto a los recintos gratuitos, están a cargo de la Asociación de Amigos de los Caminos de Santiago de Vizcaya. Una red de voluntarios, conocidos como hospitaleros, atiende a sus visitantes, exclusivamente peregrinos. También se puede pernoctar de manera gratuita en el monasterio de Zenarruza, que habilita varias camas para ofrecer descanso a los viajeros que buscan encontrarse a sí mismos camino de Finisterre.
Carlos Erazo es el encargado de gestionar los albergues de la asociación. Durante el año, la agrupación se encarga de planificar el verano con la preparación de los locales y la formación de los hospitaleros. Erazo se siente «orgulloso» de su tarea porque «los visitantes responden con un trato muy amable». Por lo general, quienes se suman a esta actividad son personas que previamente han completado el Camino de Santiago. Incluso hay colaboradores de otros países. Según las cifras que maneja la asociación vizcaína, durante el pasado ejercicio sus albergues acogieron a más extranjeros (57%) que ciudadanos españoles. Sobre todo, destacan los procedentes de Francia y Alemania.
«Te hace fuerte»
Patricia Lippeck es una joven alemana de 29 años que este verano se ha planteado llegar de nuevo a Santiago. En sólo cinco años ha viajado cuatro veces a España para visitar al apóstol. Desde el albergue de Lezama repasa su 'flechazo' con el Camino. «Me maravilló desde el primer instante. Te hace fuerte como persona afrontar la adversidad del trayecto y, además, conoces gente fascinante». En el mismo lugar descansan Lola Montero y José Mendieta, un matrimonio de Valencia cautivado por el ambiente de la ruta que este año repite experiencia. «La fraternidad que se respira es fascinante. La gente saca lo mejor de sí misma, al menos durante esos días», coinciden.
El placer es más poderoso que el cansancio. La larga travesía acerca a los peregrinos a la extenuación y, a pesar de todo, resisten. José confiesa que no acumula muchas horas de sueño durante el viaje, a pesar de los esfuerzos de los hospitaleros que cierran el albergue a una hora prudencial para evitar molestias. «Descanso lo justo y, aunque tengo casi 50 años, resisto sin muchos problemas. Es uno de los grandes misterios del Camino», bromea. El otro gran misterio es, según gran cantidad de peregrinos, cómo se fortalece la fe. «A mí me sirve para reflexionar, disfrutar de los edificios religiosos y contemplar la grandeza de Dios en la naturaleza», explica Lola. Su testimonio es distinto al de Patricia, también creyente. «A Dios le llevo conmigo en el día a día. Lo más positivo que extraigo del viaje son las charlas que mantengo con otros peregrinos sobre la fe», afirma.
Estas tres personas se han conocido en uno de los muchos albergues con los que se toparán a lo largo de su viaje. En sus diarios toman nota de la carrera hacia Santiago, una cumbre que ya han hollado con anterioridad. Para ellos, la meta dejó hace ya tiempo de ser un objetivo. Lo que realmente les compensa es «conocer a gente maravillosa explotando su lado más humano», sostienen los tres peregrinos. Ellos alaban la labor de Carlos Erazo y el altruismo de los voluntarios. «Se entregan de manera desinteresada para que todo nos resulte sencillo». Son los hospitaleros, que también atravesaron España en su día con la mochila a cuestas. La experiencia les cambió. Es la magia del Camino de Santiago.
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